La Serena y Coquimbo: un oasis 12.06
Parece que el desierto termina aquí. Si miráis el mapa, desde Jujuy en Argentina, y por arriba hasta metidos en Bolivia y Perú, todo es desierto hasta aquí, ni árboles ni flores ni pueblos, solo altarcitos de muertos en carretera y unos bares de parar camiones hechos de madera y Uralita y un curioso cartel: próxima gasolinera a 275 km.La Serena, junto al mar es una pequeña ciudad (150mil) que hace honor a su nombre, venga de tranquila, de casas bajas y colonial: las calles llenas de enseñanzas medias uniformadas (en adelante pingüinos) demostrando que se puede estar a la última por cero pesos, bajándose los pantalones y mostrando al público en general todas las gamas de gallumbos del mercado. Al contrario que en Santiago, ellas no se suben la faldita (generalmente plisada) seguramente debido a lo limitado de la urbe y al control social.Aquí si habrá que hacer fotos y sacar la cámara que esta castigada desde el incidente en Antofa.Coquimbo, a solo 12 kilómetros es lo mismo: el mismo tamaño pero con el puerto dentro de la ciudad.El viajero solitario en vista de tanta quietud, se funde un pescadito sin espinas tamaño ladrillo de gres de Castellón con medio litro de Sylvaner (una imitación de los vinos del Rhin que no envidia sus orígenes) mientras piensa lo duro que resultaba volver a Correos después de comer en los días de calor. A continuación se sube en un catamarán que promete 50 minutos de vuelta a la bahía y solo un disco de J. Iglesias jode la armonía reinante, pero se perdona en esta reconciliación con el país.Coquimbo sigue haciendo su vida mientras un león marino juguetea con el catamarán de 2,20 euros la vuelta. Al cabo de cincuenta minutos de no movernos y ante el mosqueo general el patrón nos devuelve la inversión alegando problemas con el mandamás del puerto ante el estupor de dos alemanes que intentan en un mal castellano hacer una apología de la puntualidad y sus ventajas en una sociedad civilizada.El viajero solitario piensa que el barco no salió porque con ocho adultos y tres niños no cubre ni el gasto del gas-oil.Como una broma bufonesca ponen el disco de Nino Bravo: ‘cuando dios hizo el edén, pensó en améeeerica’.Que los cielos del norte de Chile son los mas limpios del planeta o que las montañas (todavía desérticas) cambien de color a la salida o la puesta del sol, son cosas que vienen en las guías y en las postales, pero en la Plaza de Coquimbo, a la salida de clase (a las cuatro y diez que diría Aute), una pingüina le revienta los granos a un pingüino que se deja hacer mientras sus manos buscan zonas a explorar. Ignoran que son observados porque el viajero es invisible a los ojos de los pingüinos. De pronto entre el pantalón del muchacho, alguien irrumpe en escena y el pingüino tiene que colocar la mochila en el regazo para camuflar la erección.En la calle de al lado una empresa de turismo anuncia por 25 euros una visita a un parque natural para observar pingüinos de verdad y el viajero solitario pasa de largo porque ya observó a los pingüinos de verdad y además gratis.Como ya debe estar lleno el cupo de paisaje, el viajero decide que pisará las calles nuevamente de Santiago para ver el paisanaje: vaciado cultural-gastronómico y si se puede erótico-festivo, que hay que descansar de la repetida canción taxi-maleta-bus-maleta-taxi.
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