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Valparaíso

Valparaíso es una ciudad realmente hermosa: un anfiteatro de innumerables cerros que miran al mar y cada uno de ellos con un ascensor.Que la nombraran patrimonio cultural de la humanidad no ha motivado la llegada de fondos para su rehabilitación y está que se cae.Pinochet quiso dejar su huella e hizo construir en El Plan (la parte llana entre los cerros y el mar), el Congreso de los diputados donde el pasó su infancia, y desde luego, jodiendo el plan.Este monumento a la nostalgia infantil sería razón suficiente para fusilarlo en nombre del buen gusto y la inteligencia cuando haya ministerios que se ocupen de estos temas: un aborto que habría que volar con explosivos con el promotor y el arquitecto dentro. Y encima se apuntó el moco de la descentralización que ahora en democracia (¿) no hay manera de hacer funcionar con el ejecutivo en Santiago y los diputados aquí.Los hoteles y restaurantes están a mitad de precio que en Santiago. Al atardecer, en El Plan, se ven mujeres (a veces muy jóvenes), vendiendo el cuerpo para completar los ingresos.Las calles están llenas de puestos donde venden de todo y nadie compra, y un par de veces al día me intentan (hábilmente) abrir la mochila. Hay que tener mucho cuidado al sacar la cámara donde estarías todo el rato haciendo fotos, porque en los cerros viven los mas pobres y hay cerros y cerros.Al igual que en Antofagasta, a los ‘antisociales’ se les ve venir, pero aquí hay mas ‘pacos’ (policías) controlando.En el hotel te dan instrucciones de seguridad y cuando anochece hay que caminar deprisa y decidido.Valparaíso se ocupa del puerto y su vecina Viña del Mar (el Benidorm chileno),  se hace cargo de la playa.Sobre algunos cerros mas presentables, se han rehabilitado casas en forma de hoteles y restaurantes que dan ganas de quedarte, parar el reloj, y pedir que te envíen la ‘paguica’ todos los meses.Tratas de encontrar lo que diferencia a cada país americano, lo que es definitorio de cada cual y posiblemente lo único que encuentras es el alcohol duro porque la cerveza es universal.Todas las ciudades tienen una plaza central con la municipalidad y la iglesia y un montón de calles cuadriculadas en torno a ella.Anoche, en un bar de borrachos, las mismas caras marcadas por la vida, las mismas expresiones de dureza extrema, como en México, como en Ecuador, como en Uruguay y es que toda América es una, solo que de vez en cuando te explican que los corruptos locales son diferentes o te cambian la moneda cuando pasas una raya marcada, seguramente, por la estupidez humana. Solo los borrachos de Marruecos no son extremos porque tienen que conservar un poco de lucidez para sentir vergüenza cuando salen del local porque la religión lo prohíbe. En América sin-vergüenzas beben hasta que un terremoto les abra la tierra bajo los pies y los engulla.Cierro los ojos y no es Chile, es cualquier otro país. Un sujeto viene a venderme un reloj (probablemente robado) del que todavía cuelga la etiqueta y solo son las diez de la noche.Busco un local del que traigo referencia como bar ‘entendido’ y me encuentro un meublé por horas que se llama ‘paraiso’ y la o final es un corazón. Igual que en el Yucatán y sus moteles por horas del extrarradio donde abres una ventanilla y al ver la lus acude el conserje a ver si se te ofrese un licuado, un mescal o un condón.Después del episodio del reloj la pregunta para el concurso es: ¿ a que hora salen las pistolas? Y, desde luego, no me quedo a averiguarlo.Por la mañana se ven algunas manchas de sangre en la acera y el periódico local explica cuántos detuvieron el día anterior y cuantas armas incautaron.Al arrancar el día, otra vez media ciudad vende cualquier cosa a la otra mitad que no compra nada: calcetines, un paquete por un euro cincuenta, ropa china, y, desde el día uno de diciembre, adornos de navidad.Por la tarde en el parque todos se sientan donde pueden y nadie consume nada. Alguien ha preparado en su casa un dulce, una empanada, una galleta de maíz con queso, siempre una sola cosa repetida hasta que se termina. Ningún mp3 acaricia la oreja de nadie y la única música sale de los puestos que, como valor añadido y como reclamo nos vomitan los éxitos españoles de los setenta u ochenta: como todas las ciudades americanas, con la plaza en medio del pueblo, con ayuntamiento y catedral,  y las calles cuadriculadas a su alrededor.En una fiesta a la que me llevaron la semana pasada para que conozca el percal, una invitada trata de explicarme como es realmente insuficiente que durante un año entero, el niño o niña que va a tomar la comunión asista con su papa y su mama a la parroquia todas las tardes de todos los lunes y propone dos años como mínimo dada la importancia del asunto y para afianzar la fe. Yo le sugiero que mejor lunes, miércoles y viernes y se entusiasma afirmando que si fuera así sus vidas cambiarían y estarían mas cerca del señor. Dioses míos, se trataba de una mujer universitaria.

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