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cuidadokechema

Donostia 08.09

 

¿Se puede vivir en una ciudad sin marroquís, sin subsaharianos, sin gorrillas?

No es fácil para los mediterráneos manejarse en una ciudad con papeleras por todas partes, sin especulación inmobiliaria o con jardines de diseño.

Menos mal que no tienen mucho sol y en el pecado del mal tiempo llevan su penitencia de civilización.

La  ‘Semana Grande’ de agosto tampoco tiene desperdicio: pero ¿cómo evitar la violencia en un lugar donde la fiesta mayor empieza con un cañonazo y continúa con cabezudos que pegan a los niños en formato semi-sado  con vejigas de cerdo hinchadas?

Poco antes del comienzo de la ‘semana’, se aglutinan en torno al ayuntamiento todos sus habitantes, con sus carritos de niño incluidos porque parece que Euzkadi está en plena reproducción.

El presentador mezcla hábilmente el euskera y el castellano para dejar contentos a todos.

El lugar está rodeado (tomado) por la Ertzantza con uniforme de faena: casco rojo y cara tapada con una especie de máscara que recuerda las películas porno de dominación.

Diez minutos antes del cañonazo, como por arte de magia, aparecen un centenar de ikurriñas y pancartas con el lema del día: independencia (en euskera, naturalmente), y donde no cabía un alma se produce un vacio de cincuenta metros entre la policía y los de las pancartas.

Los padres de familia, sin duda acostumbrados, tranquilamente se trasladan (cochecito con niño incluído) a zonas más tranquilas donde poder seguir participando de la fiesta: unos gritos independentistas, una carrerita de la policía y comienza una especie de danza que parece muy ensayada  y que se situaría entre el juego infantil de ‘a que no me pillas’ y las clásicas danzas de seducción donde generalmente el macho se va aproximando a la  hembra y ella le huye como sin querer.

Ante el acoso de la policía, los manifestantes se refugian en el casco viejo donde seguramente tocan ‘madre’ y cargan pilas para volver a repetir el mismo número una y otra vez.

El comienzo de los cañonazos es a las 7 de la tarde y la danza parece que no va a tener fin.

Sensiblemente preocupado,  pregunto a un oriundo si aquello es de durar y muy tranquilo me explica que terminará ‘como siempre’ a la hora del aperitivo en formato pintxos, donde, probablemente, coincidirán policías y manifestantes en torno a una barra repleta de exquisiteces con un txacolí entre pecho y espalda.

Es que además de la cosa violenta, si hay algo que caracteriza a los ciudadanos de esta zona es la gastronomía, aunque algunos retrógrados se empeñen en diferenciarse por un RH especial o un genoma específico.

Y es que Donostia es la hostia.

 

 

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