Tormentas 08.21
En las oficinas de Telégrafos, durante la dictadura y antes de ella, una de las pocas ocasiones en que se podía desconectar una conexión y dejar incomunicada a una población era la existencia de una tormenta importante.
Para esas circunstancias, la expresión adecuada era que esa oficina quedaba ’’aislada por tormenta’’.
Siempre me gustó la frase y, en mis innumerables crisis existenciales la usaba para referirme a mi negativa a salir y hacer vida social para encerrarme en casa con una buena provisión de alcohol y lo que hiciera falta porque mi cabeza estaba ’’aislada por tormenta’’.
Cuando, una vez vuelto más o menos a la normalidad, explicaba a los amigos aquella actitud, inmediatamente se contrastaba con otras opiniones inclinadas a opciones contrarias a la mía: las neuras hay que sacarlas a pasear y airearlas para superarlas antes y mejor, aún a riesgo de pasárselas a alguien cercano, que todos sabemos que las emociones ajenas no lo son tanto y, si el cuerpo y el alma estan en estadio de flojera, las neurosis pasan de unos a otros para al final no saber de donde salieron ni donde irán a parar, devastando a su paso las estructuras más débiles, que a fin de cuentas son las que siempre pagan los platos rotos: así las personas alicaídas, desorientadas o simplemente flojas de defensas, se llevan los trastornos que otras personas habían sacado a pasear con el propósito de equilibrarse, desequilibrando de esta manera a quien solamente quería distraerse del cotidiano aburrimiento: la locura suelta y desbocada por las calles y las plazas, entrando y saliendo de las cabecitas peor amuebladas y destrozando la vajilla de los domingos.
El acúmulo de historias de este tipo en cabecitas limitadas es tal que la ciencia no tardará en inventar un aparato para medir la cantidad de tensión que cabe en una cabeza humana, e, incluso si en determinadas circunstancias sale o no humo de algunas cabezas.
Que en esos momentos aparezcan conductas violentas no debería extrañarnos: en realidad los comportamientos agresivos en esas situaciones ocurren porque algunos sujetos no tienen bastante espacio para tantas ’’ideas’’ que acuden a su cabecita y la mejor manera de hacer sitio, de conseguir espacio, consiste en empujar a alguien, consiguiendo, sin pretenderlo, la tan predicada distancia pandémica.
Pero el sentido común nos advierte de la no conveniencia de pedirles además que se pongan mascarilla.
Playa hermosa, Guanacaste 31.08.21
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