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cuidadokechema

Budapest 06.08

Budapest es una ciudad donde las personas son como los edificios: grandes, sólidos, serios y sin emociones. Ellos con grandes y lechosos cuerpos de gimnasio, cultos y educados en el trato pero carentes de vida. Ellas con grandes y blancos pechos, cuerpos espléndidos, pero como de piedra.

Ambos están muy lejos de todo lo que nos distingue –y a veces nos avergüenza- a los latinos.

Primer (y tal vez último) contacto con las ciudades centroeuropeas: castillos de Sissi, fortalezas que se hicieron para defenderse de enemigos que nunca atacaron: huellas de ocupantes turcos primero, y después, por la izquierda los alemanes y por la derecha los rusos, un culto al cuerpo que la vista agradece y un dejar paso a la música clásica, al buen comer y a la ausencia casi total de gritos, violencia o delincuencia en general.

Ni negros ni orientales: todo el mundo rubio de piel blanca como por orden municipal. Ni siquiera los gitanos (cíngaros) que nos anunciaban los tópicos húngaros. Una cerveza y un vino espléndidos y el coloque general de los fines de semana viene de la mano del Red Bull o del café cargado, ocupando el lugar que en España ya tiene apropiado la cocaína o las pastillas.

Difícil encontrar jóvenes con pelo largo o alguno que enseñe los canzoncillos: están viviendo los 80 que el comunismo les robó.

Sin problemas laborales, gracias al pleno empleo conseguido con la deslocalización de empresas alemanas, que esta vez no vienen con tanques sino con euros. Están encantados de ser húngaros y no emigran como sus vecinos los rumanos ni se pasan de católicos como sus otros vecinos los polacos.

Se puede aparcar con facilidad y pasear a altas horas de la noche sin temor a ser atracado: un lugar perfecto para las clases medias europeas sin mas objetivo que comer bien y ver un edificio-mazacote detrás de otro mientras alguna clínica dental te prepara unos implantes a mitad de euros que en su país, y te das una tanda de balneario termal o una de ópera a buen precio.

¿qué mas puede faltar?, un gran  río? Pues también lo tienen: el Danubio cumple su función e escenografía ciudadana y de inspiración musical. Pero el Danubio no es azul como en los valses: como todos los ríos del siglo XXI, es marrón-verdoso y solo los dioses (o el espectro de Sissi) saben que productos le acompañan.

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