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cuidadokechema

marrakech again 09-10/13

 

 

No acabo de saber la razón de venir otra vez.

El 35 aniversario de mi primera visita ?

Una despedida de la ciudad ?

Ver si todavía el viejo sabio estaba viejo y era sabio ?

O tal vez razones de índole económico: si la mayoría de las veces he tardado dos días en llegar, no se puede despreciar la posibilidad que nos ofrece Ryanair de llegar en menos de dos horas por 67 euros.

Aquí casi todo sigue igual, aunque las delicadas situaciones de otros países árabes mediterráneos hacen que, a pesar de la bomba del café Argana en la plaza de Jemaa el fna, los turistas hayan decidido venir todos a esta ciudad.

En la plaza o en la medina, hay momentos en que los visitantes superan en número a los nativos, siendo éstos cada vez más en un lugar donde parece no existir control alguno de natalidad.

Esta vez me alojo junto a la plaza, en la calle Elkennaria y, el permanente bullicio no me molesta como otras veces. Será la edad o que me estoy confundiendo con el entorno.

Manadas de turistas que no se alejan del grupo se desplazan como un ciempiés serpenteando por entre la multitud mientras algunas jovencitas de cabellos rubios ponen cara de estar ante un ‘’viaje exótico’’.

Parecen todos mas adaptados a los tiempos que corren, aunque los posibles cursillos de hostelería no impiden que el cocinero atienda sus mocos y las albóndigas con la misma mano, ni que las inevitables moscas lo invadan todo o que los gatos que ocasionalmente te encontrabas antes, estén por todos los lugares donde vas a comer y no se alejen de ti ni a puntapiés.

En los países pobres, las moscas no están acostumbradas a marcharse al primer aviso como ocurre en los lugares civilizados, así cuando les haces abandonar un lugar de tu cuerpo o tu comida, se trasladan tranquilamente al lugar de al lado, sin otra alternativa que matarlas y tener que recoger el cadáver o dejarlas a su aire y respetarles su territorio.

Una vez entras en África por arriba, parece que cuanto mas bajas en el mapa, más quietas se quedan las moscas sobre las personas que, en zonas subsaharianas  no se molestan en invitarlas a marcharse.

Aunque tengo todo el día la música gnawa en directo sonando, solo me vienen a la cabeza canciones de Georges Brassens  (… en mi pueblo, sin pretensión, tengo mala reputación…) y, en lugar de ilustrarme con lecturas locales (el viejo sabio ya lo dejó escrito todo), me estoy leyendo a Murakami. El Japón de los años setenta en Marrakech. Parece que mi sino es moverme contracorriente, o, como me dijo el sabio anciano anoche, mientras la cabeza funcione, lo demás no tiene importancia. Y es que ochenta y dos años deben pesar lo suyo. Casi tanto como escribir a mano los últimos sesenta que le están dejando los dedos asarmentados.

Desprovisto de todos los accesorios, posturas, miradas o actitudes que definen a los turistas, paso, como es mi intención, casi totalmente desapercibido: solo unos pocos (los mas torpes), se molestan en molestar.

Una terraza, un té o un café y una lectura y a ver pasar las gentes y las horas. Al fondo, de fondo, la música gnawa (a que parece un anuncio del Imserso?).

Callejeo un rato todos los días y voy repasando los lugares donde me he alojado: la intrigante Residence de la Place, con sus chicos-para-todo en la terraza esperando ofertas para regatear lo necesario; el enigmático Hotel Galia donde conocí parte de la nobleza andaluza buceando en las alcantarillas; el decadente Hotel La Menara, añorando tiempos pasados de lo que pudo haber sido y no fue; la casa de Pepe con más nobleza andaluza, diplomáticos, periodistas y algún que otro magistrado intercambiando fluídos con la población local; el Hotel Foulcauld, que creí que algo tenía que ver con el famoso escritor y resultó una especie de cuartel militar, y una lista interminable de hoteluchos baratos de los tiempos de hippie sin dinero.

Todos los coches que he tenido han pasado por aquí. He bajado en bus desde Valencia en 27 horas con casi todos los pasajeros borrachos vomitando hasta llegar a Algeciras, donde se recomponían, se lavaban la cara y cruzaban el estrecho ya metidos en su religión de origen; en tren desde Tánger (una noche entera y siempre con sorpresas), en avión desde Madrid, y ahora directo desde Valencia: no se puede decir que no a esta propuesta

 

Y es que la edad siempre invita a hacer balance, o, tal vez, a seguir balanceándose.

 

La estructura social y la energía productiva, reviste, como siempre infinitas modalidades, desde las más sencillas a las más complicadas, pero, como siempre en Marrakech, obedecen a un objetivo común: conseguir que te dejes aquí el máximo de dinero posible. En este quehacer todos están diplomados porque lo llevan en los genes.

 

Estrenamos octubre y al mediodía los termómetros se van a los cuarenta, en un clima seco donde todo se seca, hasta los pensamientos.

Brassens me vuelve otra vez: ''...yo no pienso pués hacer ningún daño, queriendo vivir fuera del rebaño...''


 

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