Trujillo. 11.08
Trujillo se hace llamar la ’ciudad de la eterna primavera’, pero eso era antes del cambio climático, porque ahora la gente dice que también aquí ocurren cosas raras.
Es tranquila y colonial, con numerosos edificios ’españoles’ y, al igual que Arequipa tiene unos taxis imposibles por lo pequeños (mas que el 600) y lo ruidosos: es costumbre local que el taxista, en lugar de llevar una lucecita o algo que comunique que está libre, pita. Pero pita cada vez que ve a una persona en la acera suceptible de ser cliente. De noche y de día, en todas las calles y todos los taxis a la vez, convirtiendo a la tranquila Trujillo en un guirigay de pitidos que te pone de los nervios.
Tiene una plaza de armas de las mas hermosas que he visto, a la que acuden todos los que tienen algo que decir u ofrecer: vendedores, prostitución disimulada, y, sobre todo, predicadores.
Estos dias han puesto una carpa y están haciendo un maratón de predicadores y resulta de lo mas divertido. Hacen coreografías como en esos bailen que homologan a los incapaces de bailar a su aire: las manos hacia arriba, y todos a levantarlas. Cuando el predicador pone la cuarta y entra como en éxtasis (o tal vez orgasmos místicos que nunca se sabe), los seguidores dejan caer la cabeza y la mueven como la gente colocada de porros en conciertos de rock. Por las tardes, si te aburres te vas a ver al predicador y a los predicados y te estimulas un poco.
He tenido la suerte de ver en la Plaza de Armas algo que un amigo que me acompañaba tuvo que explicarme porque no me lo podía creer. Un muchacho citó a su enamorada (novia) en la plaza y contrató a un equipo de mariachis mexicanos para declararle su amor con la serenata de fondo a la vez que le ofrecía a la muchacha un ramo de flores.
Como es natural, la gente ve a los mariachis y acude a ver que pasa y el muchacho declara su amor ante mas de cien personas.
El manager de los mariachis reparte entre el público asistente tarjetas por si alguno de los improvisados espectadores le apetece contratarlos para algo similar.
De todas formas resulta mas gratificante que los que lo hacen en televisión.
Mientras vemos el espectáculo, un espontáneo que ha detectado que no soy de acá, me ofrece (gratis, según él), hablarme durante un rato de la catedral y de los monumentos de la plaza, unos niños se empeñan en limpiarme las zapatillas y la voz del predicador de turno, que en este momento repite constantemente la palabra ’sangre’ se mezcla entre los acordes maxicanos: no hay manera de aburrirse.
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