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cuidadokechema

El néctar de la vida 04.10

 

Comenzó en el sexo como todos: probando con ensayos y errores y repitiendo lo menos penoso.

Pero tuvo  una ventaja: empezó cuando se lo notó por primera vez y así tuvo más tiempo de practicar: no le dijo nada a las amigas durante la adolescencia y lo hacía en los lugares más insólitos con tal de seguir pareciendo normal y no despertar sospechas: mientras las demás iban a probarse unos zapatos ahora volvemos, ella se acercaba donde sabía que sin preámbulos iba a tirar las bragas por cualquier rincón y en menos de tres minutos estaba jadeando sudorosa.

También era consciente de que hubiera perdido puntos de haber compartido aquellos secretos con sus amigas debido al control social que ejercían sus más entrañables compañeras así que los secretitos fueron para ella sola.

 Llevaba los temas sexuales como le habían enseñado en casa y en la escuela: entre el secreto, la diversión y el misterio.

Observaba a los chicos como se subían a la parra y prometían los oros y los moros hasta conseguirla y después les entraba la prisa en cuanto daban salida a aquel fluido que los desinflaba hasta desaparecer de entre sus piernas: nunca pudo entender como al descargarse, los chicos se desvanecían cuando ella empezaba a elevarse hasta el cielo. Casi no se habían saludado y ya tenía que empezar a despedirse.

 

Aquello la llenó de dudas:

¿Qué extraño poder tendría aquel líquido que otorgaba tantas energías para poder salir y machacaba al propietario que lo perdía?

 ¿Cual era su composición?

¿De qué estaba hecho aquello que además podía crear una persona donde antes no existía sino la nada?

¿Estaba ante algún misterio que nadie le podía explicar? 

¿cómo reaccionarían las plantas con aquella sustancia?.

Varias veces se llevó un poco a casa y jugó con ello: los dedos se pegaban y el olor no era nada del otro mundo, pero evidentemente se trataba del néctar de la vida, del brebaje de la eterna juventud.

 

Durante algún tiempo se sintió culpable, causante de esos cambios de humor, como ordeñadora que se queda con la crème de la crème y las ubres y los hombres se desploman.

 En esas edades todas tienen manías: unas cambian el paso para empezar las escaleras con un determinado pie, otras se aprietan el rostro entre los dedos para sacar espinillas donde no quedan y se perforan hasta el hueso, otras, sin embargo, juegan con su pelo para empujarlo hacia atrás abofeteando con él a las personas que comparten el ascensor o el autobús, y ella pensando en aquel líquido si hacérselo a la plancha o sobre una tostada con mantequilla, con azúcar o a pelo, porque si tantos poderes tiene como más puede servir es bebiéndolo directamente.

Comenzó a utilizarlo en el rostro haciéndose mascarillas faciales y terminó eliminando intermediarios y bebiéndolo directamente. No fue de repente sino largamente meditado y cuando lo probó estaba tan preparada que naturalmente le agradó.

Si por debajo a veces le hacía daño y podía tener complicaciones. Si  lo que buscaban los chicos era deshacerse de aquello, nada más fácil que  beberlo directamente del grifo y terminar cuanto antes los trámites previos que después resultaban ser todos mentira.

Ahí todos coincidían: en los preparativos, las promesas, los sentimientos, las sonrisas. Después del desnate: la nada, la prisa, las malas caras y casi nunca  el cuando volvemos a vernos.

Al saberla fácil no querían repetir a no ser que el alcohol o las químicas les pusieran en aprietos y la buscaran solo para quitarse de encima tan preciado elemento.

Esto facilitaba las cosas: no era necesario quitarse ropa o sudar en común: bastaba con sacar de sus casillas el objeto deseado, jugar con él en su boca y beber lo que de él manara.

Los chicos quedaban contentos por la rapidez y la eficacia que con la práctica estaba adquiriendo y no tenía que justificar después olores raros ante la familia o, en el caso de los chicos,  perfumes no habituales ante sus  novias formales.

Como una máquina: cada vez más deprisa: como un trámite sin esperas, sin colas: unas sacudidas bastaban y el hombrecito se sentía viril y dominador: sin riesgo de mancharse porque el propietario nunca veía el fruto de su vientre, los hijos perdidos envueltos hasta entonces en papeles, pañuelos, toallas o directamente en  los pantalones con el escándalo que podía suponer: sin rastros de pecado: sin justificante de la acción: todo como más higiénico, impersonal, sin implicaciones afectivas, promesas o parabienes: como una máquina tragaperras.

 

Desarrolló durante algunos meses esa afición: se entrenaba en casa con objetos de formas parecidas y tuvo que reprimir sus instintos cuando tomaba algún helado con palote porque todo el mundo la miraba extrañado.

A todos los compañeros del instituto les dijo lo mismo: si hablas de esto, antes o después me la comeré entera de un bocado, lo que le garantizó el succionar toda la energía de su curso pasando como estrecha de miras sin que nadie, jamás, se enterara.

Quiso probar y apropiarse de la energía de profesores, salvavidas de piscina, músicos de la banda y amigos de sus padres y lo consiguió.

Se racionó: no más de cinco tomas semanales y notó como la cara se le iluminaba, y se sentía cada vez más hermosa corroborando la hipótesis de que efectivamente se trataba del néctar de la vida, de la fuerza que mueve el mundo ¿qué más podía pedir?.

 

Nunca le dieron arcadas, vómitos o algo parecido y siempre, siempre, al terminar se relamía como los niños ahuyentando las posibles sensaciones de abuso o culpabilidad de los contrarios. Pero algo cambió todos los planteamientos cuando, sobre todo los hombres mayores, comenzaron a darle dinero contentos de las atenciones recibidas y pidiendo citas con posterioridad.

Que ninguna me lo hace como tú que otras me lo escupen en la cara,que parece que no tienes dientes, que tú has nacido para esto, que has de dedicarte a ello  y te harás de oro, y es que los hombres, en cuanto tienen confianza, comienzan a dar consejos y a orientarle a una la vida.

Si no era suficiente con tener la energía vital siempre alimentándola, encima encontraba un trabajo divertido en épocas de paro.

Con la convergencia entre la afición y la rentabilidad económica, pensó que los dioses estaban con ella y no era posible tanta felicidad: podía planificar su futuro: vivir sola: tener casa, coche, objetos deseados, ropita y todo lo demás: ya soy madura, pensó.

Ahora  solo se trata de administrar bien los recursos que no son sino aficiones para ir incrementando la creatividad como valor añadido y buscar clientes con dinero para compartir.

Calcular cuántos centímetros cúbicos diarios, semanales o mensuales eran necesarios para conservarse lozana y sacar de ellos el máximo resultado económico conformaban un nivel de vida próximo a las estrellas del rock que tanto había envidiado: cualquier miembro de cualquier ejecutivo una vez atrapado en su boca resurgía de las cenizas y volvía al cabo de unos minutos a caer en la cuenta  mientras ella, cada vez más consciente de su tarea sacaba sus cuentas.

Nunca se cansó de aquello y cuando tuvo suficiente dinero  regalaba sus servicios premiando a sus compañeros de trasiego  con criterios de calidad o cantidad del producto según los días o el estado de ánimo, lo que le proporcionó muy buenos amigos de pídeme lo que quieras que ninguna lo hace como tú y eres buena.

Cuando los profesionales regalan, los clientes sentimentales pagan mucho más por el producto y es que hay mucho perrito abandonado entre la fauna necesitada de ordeñe, centrifugado o desnate, que la salud es lo primero y más me gasto en farmacias.

 

Dejó casi totalmente la comida tradicional: su alimento principal era suficiente y con alguna pequeña ayuda de frutas o verduras, su cuerpo y su rostro eran perfectos según su propio modelo.

Casi nunca necesitó médicos y cuando hizo uso de ellos, les pagó con su trabajo y a veces hasta cobró por un empaste o una intervención quirúrgica. Desarrolló de forma espectacular las habilidades para hacer saber a sus interlocutores el interés de su producto, el marketing social y nunca fue vulgar en sus modales, aunque tampoco se distinguió por su elegancia: quedaba como  la mujer standard de poder presentar en cualquier parte sin llamar la atención y ese aire de normalidad unido a la creatividad que desarrollaba en su trabajo le confería, en opinión de sus más selectos clientes un aire morboso capaz de satisfacer el estómago más exigente.

 

Aún siendo valenciana y pasar casi toda su vida en Barcelona, la conocí en Lisboa: iba todas las tardes a un cine negro lleno de pornos, donde los muchachos de color, guardando cola educadamente, se van sentando a su lado y se dejan hacer: ella presume ante mí de que hay auténticos especialistas que saben apreciar su trabajo y, a pesar de sus años,  se siente complacida después de un par de asaltos y vuelve a su casa como una señora, porque en Lisboa, en el Bairro Alto, ella es una señora.

La enfermedad innombrable la pilló en la tercera edad y después de leer los pronósticos decidió no hacerse análisis.

 

Me confesó que se estaba despidiendo, que eran sus últimos trabajos.

Nunca dejó de hacerlo y no hizo jamás mal a nadie, más bien al contrario era una bendición para la humanidad.

Nadie quedó  nunca descontento con su trabajo,  ella siempre lo hizo con el corazón, entregándose a la tarea durante toda su vida y agradecía lo recibido como otra bendición de la naturaleza hacia ella,  su dieta fue la causante de tanta bondad.

No le importaba morir y  prefería que la muerte le llegara trabajando, incluso gratis como lo venía haciendo desde algunos años.

En Portugal, por entonces, con sus ahorros le sobraba, y cuando le llegara la muerte deseaba que alguien  le tomara el relevo y pudiera disfrutar de ese trabajo como ella lo había hecho: con la felicidad esparcida por todo su cuerpo en todos sus matices durante toda su vida, y es que la gente no se orienta hacia los  trabajos en los que es feliz y después tienen que curarse de sus trabajos, de sus parejas, de sus cosas y por eso, lo mío, me dijo, es la naturaleza y el arte, la luz y la vida.

No deseaba la muerte. Tampoco la esperaba. Sabía que llegaría en cualquier momento, pero no le sorprendería porque le era conocida: a lo largo de los años vio morir un poco a cada uno de sus clientes cada vez que terminaba su tarea, porque no hay nada más cercano a la muerte que el amor.

 

 

3 comentarios

Sergio -

Muy guapo el relato. No lo había descubierto hasta ahora... Me encanta!!! Gracias por compartir tus "joyitas"

Chelo -

Muy interesante. Si el mundo fuera de otra manera, se podría utilizar como texto complementario de los programas de educación sexual. ¿Has pensado proponerselo a los cabeza-hueca del programa de Iglesia-Conselleria?

miguel angel -

Que bonito y emotivo homenaje no se merece menos , espero que lo lea seguro que se emociona.