De ríos y barcos 10.2011
Aunque es el río el que configura comunicaciones, asentamientos y recursos, los habitantes de esta zona se hacen llamar ‘de la selva’ porque es con la que tienen que batallar. A fin de cuentas el río es tranquilo y solamente baja o sube de nivel y es en la selva donde se las tienen que arreglar con mosquitos, cultivos y bichos de toda condición.
Con mil quinientos afluentes, el Amazonas se presenta casi desde el comienzo como algo grandioso de proporciones no imaginadas por los habitantes de países como el nuestro donde la mayoría de los ríos están secos.
Visto desde el aire asemeja a una cenefa de curvas repetidas hasta el infinito, donde una línea recta dura lo justo para adentrarse en otra curva. Y es lógico, si tiene que recorrer mas de tres mil kilómetros para descender menos de doscientos metros hasta llegar al mar, y encima está totalmente rodeado de selva, avanza haciendo curvas como buscando una salida y equivocándose constantemente para rectificar y volver a equivocarse.
Entre Pucallpa e Iquitos en línea recta no debe haber más de setecientos u ochocientos kilómetros que el río debe multiplicar por tres.
Este recorrido lo hacen unos barcos que, principalmente se ocupan de transportar mercancías, reservando una bodega de dos que tiene para personas que cuelgan sus hamacas, ponen debajo sus pertenencias y se amontonan allí y algunos camarotes, sensiblemente mas caros para viajeros de mejor presupuesto entre los que me encuentro.
El barco que nos ocupa, el Henry I, de una empresa de siete henrys, llevaba según el capitán ochocientas toneladas de cualquier producto imaginable, ciento veinte pasajeros de hamaca (muy pocos para lo que es habitual) y cuatro pasajeros de camarote (dos en cada uno).
Las hamacas, naturalmente las lleva cada cual, además de una fiambrera para cuando les dan la comida (incluida en el pasaje y cubiertos).
La bodega donde están los pasajeros hamacados, al poco de salir goza de un ‘ambiente’ muy especial: música latina con mucho volumen, alguna película de acción, niños inquietos, gente durmiendo a cualquier hora y trasiego generalizado.
Una campana les avisa de las comidas y la cola se hace automáticamente. Por la noche apagan las luces y la gente sigue igual.
El barco, mas que oxidado, va parando en las pequeñas poblaciones por las que va pasando y los lugareños aprovechan para traer sus productos comestibles y venderlos en el barco. El envase de venta es siempre el mismo: una bolsita de plástico, y en ella igual cabe un arroz con huevo frito que un pescado entero o unos dulces. Después el viajero ya se las arreglará para comerlo.
Los camarotes de este barco (que no de todos), tienen baño privado y los hamacados tres baños de mujeres y tres de hombres con el mismo lugar para el inodoro y la ducha. Naturalmente ésta y el lavabo son con agua del río es decir, negra.
El río llega a Pucallpa llamándose Ucayali y es muy grande, pero cuando esta cerca de Iquitos se le suma el Marañón y entonces las dimensiones se multiplican. En algunos tramos tiene más de dos kilómetros de ancho.
Anualmente tiene crecidas que están empezando ahora que es la temporada de lluvias, y es cuando se empieza a navegar sin problemas, pero en la temporada seca, en algunos tramos hay dificultades e incluso algunos barcos encallan en el fondo.
En los lugares ‘delicados’ una lancha del barco sale por delante midiendo con un fierro (aquí se llama así) y orientando la navegación. Cuando esto ocurre por la noche (porque el barco sigue navegando) se entienden por medio de señales luminosas.
Hay varias paradas fijas y muchas ocasionales. En estas últimas es la propia lancha del barco la que va recogiendo a la gente y trayéndola a bordo o al revés, llevándola a la orilla.
El panorama desde la cubierta es siempre el mismo: selva más o menos espesa y algún núcleo de población diseminado.
El Amazonas se sirve en un pack: calor sofocante, lluvias esporádicas pero muy intensas y todo tipo de bichos o insectos imaginables. No se pueden separar los integrantes del pack aunque en mi primer viaje desde Pucallpa los mosquitos (ellos los llaman zancudos) nos respetaron afortunadamente.
La lluvia comienza con unas gotas de aviso y a los diez minutos se pone el cielo negro y descarga durante una o dos horas lo que llueve en nuestro país en medio año.
Curiosamente aquí nadie usa paraguas. Cuando empieza el diluvio todo el mundo se acelera, busca un lugar donde cobijarse y si le pilla de lleno se deja llover porque cuando escampe no tardará en secarse.
2 comentarios
Javi -
esther -