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cuidadokechema

Colombia 11.11

Dos días antes de llegar ha habido elecciones regionales y locales y, según la prensa ha habido cambios importantes.

Pero aquí las cosas son especiales: en 23 pueblos o ciudades los perdedores han quemado las urnas y lo que había dentro.

En otras cuatro ciudades han quemado también la casa del alcalde o el ayuntamiento. Efectivamente han sido unas elecciones muy participativas.

 

Bogotá: la foto imposible.

 

 

En una cadena de tres vuelos en un día, tengo que hacer ocho horas de espera en el aeropuerto de Bogotá, y, como es natural entre los adictos, salgo a la puerta a fumar.

De pronto cuatro individuos con un cierto uniforme que no es de la policía,  salen deprisa con la pistola en la mano y el dedo en el gatillo y se distribuyen estratégicamente, muy serios como a punto de empezar la balasera.

 El quinto personaje, sale un poco después, pero este con metralleta también a punto de disparar.

El viajero solitario que de entrada es optimista, piensa que se debe tratar de un video-clip, pero  se pone a observar y se da cuenta de que aquello va en serio.

Pronto se encuentra la explicación: el sexto de los personajes lleva una bolsa grande y va dirigiendo sus pasos hacia un furgón blindado, donde, de uno en uno, apuntando con el arma y de espaldas, van entrando los otros protagonistas.

El viajero solitario piensa que un aeropuerto internacional debe ser de los lugares más seguros de un país y no quiere pensar como debe ser el transporte de dinero en los barrios periféricos.

 

Santa Marta

 

Es una hermosa ciudad junto al Mar Caribe con unos edificios coloniales estupendos y un ambiente general donde parece que nadie tiene nada que hacer.

En el trayecto desde el aeropuerto a la ciudad veo un belén de cartón – piedra en un parque, y, como es el día uno de noviembre le pregunto al taxista si no es un poco temprano para empezar la navidad a lo que me contesta que diciembre es demasiado corto.

Supongo que con el año nuevo empezarán a preparar el día de san Valentín que por aquí se celebra mucho.

Santa Marta vive del turismo pero da la impresión de que lo entienden como el narcotráfico, es decir, una actividad de enriquecimiento inmediato, y en cada sitio intentan cobrarte más cuando te oyen el acento.

Me alojo en un hotel aparentemente tranquilo cerca de la playa, pero al llegar la noche empieza la bulla: música subidísima de volumen y mucha gente con pinta de mal vivir que inunda la calle. Le pregunto al encargado y me dice que esa calle es ‘zona de tolerancia’ , le pregunto si llaman así al barrio de las putas y me dice que si.

La verdad es que Santa Marta no está nada mal, pero me han hablado del típico pueblo de pescadores en una bahía de postal: Taganga a diez minutos en furgoneta y para allí nos vamos.

 

 

 

 

 

 

 

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