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Antioquia 11.14

Tal vez sea el morbo de saber que hace muy poco tiempo la violencia se llevó a tanta gente repartida entre los cuatro palos de la baraja de este país:  guerrilla, ejército, narcotráfico y paramilitares.

 

O tal vez sean los paisajes mas hermosos que pueda imaginarse, donde el verde es siempre nuevo porque en noviembre, casi cada día de pronto el cielo se pone negro, se rompe y llueve en un rato lo que mi pueblo necesita para todo un año.

 

El caso es que el lugar me está resultando muy atrayente y sus gentes encantadoras.  No tienen porque fingir ser amables con los turistas porque no hay ninguno, pero si lo son y mucho con los visitantes, eso si, después de preguntar el pedigrí.

 

Un lugar al que nunca me hubiera atrevido a venir a no ser porque conozco a alguien que me acompaña y me orienta, aunque ahora supongo que no tendría problema alguno en volver solo.

 

En Antioquia muchas mujeres tienen sobrepeso, pero no se reprimen de ponerse prendas estrechas marcando nalgas, pechuga y muslos que ocupan toda la acera y tiemblan como flanes.

Cuando comento estas exhibiciones me comentan que . . .’’lo que no se enseña no se vende’’.

 

La realidad es que las raciones siempre son excesivas, y, en las celebraciones, como nosotros en los años sesenta, ir de fiesta equivale a comer hasta reventar.

 

En Antioquia cuando llamas a un camarero o vas a preguntar algo en una tienda siempre te dicen: ‘’a la orden’’ y eso debe ser otro de los regalitos que hemos desparramado por América, desde la conquista o lo que coño fuera aquello. Cuando das las gracias contestan ‘’ con mucho gusto’’. Al principio lo ves como servil, pero después observas que lo hacen con todo el mundo y resulta muy delicado.

 

Llenan las iglesias católicas de gente todos los días y muchos de ellos varias veces. Puedo dar fe de ello porque estoy viviendo junto a una de ellas.

Tienen todo tipo de oferta de productos: novenas, rosarios, las consabidas misas, sesiones pre-comuniones o pre-confirmaciones y otros que no recuerdo.

 

En el pueblo que estoy ubicado de unos siete u ocho mil habitantes, me dice el párroco (hombre aficionado a las técnicas de gestión) que gastan entre tres mil y tres mil quinientas hostias cada fin de semana, lo que da una idea de cómo anda el tema religioso.

 

Es una zona donde existen muchas minas. De oro, naturalmente, que aquí no se ponen por menos. Más al norte las hay de esmeraldas.

Minas legales o clandestinas, con alguna maquinaria rudimentaria o básicamente manual.

 

Hay minas y mineros, pero los mineros todos saben que no gestionan bien, que no son de ahorrar ni de pensar en el futuro, así que en cuanto cobran el oro no paran de gastarlo hasta que se acaba. Naturalmente en las dos aficiones mayoritarias: alcohol y mujeres.

 

En Antioquia se sabe donde hay oro por medio de unas barritas de metal rellenas de no se sabe qué (solo los que se ocupan de eso), con algunas oraciones y normas generales (no pueden ser tocadas por mujeres embarazadas o menstruando, etc.).

 

El proceso es parecido al de buscar agua. Las barritas metálicas se mueven hacia la dirección donde se encuentra el metal y allí mismo comienza a excavarse una mina.

 

También  se sabe porque, según dicen, el oro emite unos gases que se encienden en algún momento.

 

Siempre  se santiguan cuando pasan por delante de una iglesia, aunque vayan conduciendo o sobando a la pareja.

Cuando  se despiden, lo hacen  con un ‘’que esté bien’’ y cuando conversan dicen frecuentemente ‘’y que más’’, que te deja con la necesidad de tener que decir algo aunque no llevaras esa idea.

 

En Antioquia todavía hay muchos caballos porque hay que subir a las montañas donde no hay caminos.

Cuando los ‘’caballeros’’ bajan a los pueblos a tomar algo en los bares dejan al caballo en la puerta del bar, pero no lo atan a la reja como en las películas, sino que sostienen con una mano la brida, mientras con la otra van tomando, y el animalito ni se mueve.

 

Así se aparcan caballos, motos, coches y si toca, el bus del pueblo, que hay sitio para todos.

 

He podido comprobar como un campesino estuvo más de tres horas sin soltar ni la brida ni la bebida: es de suponer que el caballo conocía el camino de vuelta.

 

La Navidad es una cosa muy importante y comienza oficialmente en los últimos días de noviembre. Esto parece ser así en toda la América latina, porque es un dato que siempre me ha llamado la atención en anteriores viajes, pero en Antioquia los adornos los han comenzado a poner en la primera decena de noviembre, y en muchas tiendas ya tienen expuestas las lucecitas y las tiras de papel de aluminio cortaditas y peinaditas.

 

 

En el bar, cuando eres nuevo, y a modo de cumplido, te sugieren que elijas la música, aunque tu tal vez preferirías poder elegir el volumen que siempre es atronador. La elección se hace sobre estilos, así cuando llego la cosa iba de rancheras. Al declinar mi elección, mi vecino de mesa usa mi voto y pide boleros y ya sabes lo que vas a escuchar la próxima hora.

 

En Providencia, domingo mañana una furgoneta con altavoces anuncia las ventajas de una funeraria, que según publicitan, tiene certificado de calidad.

 

Espero que no se trate de encuestas a los usuarios una vez enterrados, pero hay que reconocerle todo un estilo en los slogans que suenan a mucho volumen rompiendo la paz de un pueblito que la noche anterior, sábado, debió acostarse con algún trago de más. ‘’ ¿está usted preparado para la pérdida de un ser querido?’’  ‘’¿Sabe como manejarse en los momentos difíciles?’’

 

Definitivamente, me pongo a leer a Gabo como ellos dicen, porque, aunque dicen que los pueblos de sus novelas son un poco más al norte, creo que estoy en el lugar adecuado.

Los fines de semana, la vida ciudadana se trastoca, la música de los bares suena mucho más fuerte, las mujeres se ponen mas provocativas y los campesinos de la sierra bajan a ponerse al día de sus adicciones: alcohol y mujeres.

 

Los domingos todo el mundo está en la calle. El que tiene algo para vender lo expone, los paseantes parecen más relajados y la presencia del ejército se incrementa, sobre todo en zonas de paseo y en las paradas de los buses.

 

Y por qué patrulla el ejército con armas y munición? pués muy fácil: están reclutando jóvenes para llevárselos a servir a la patria.

 

Los ricos se libran pagando un soborno a algún militar conocido, pero los pobres no tienen más remedio que ir. Con la guerrilla, los paramilitares y los narcotraficantes sueltos, los muchachos saben que,  muchas veces, es ir a una carnicería.

 

Algunos optan por buscar a alguien extranjero (da igual, mujer u hombre) que los pueda librar de esa pesadilla pagando lo que pida el corrupto de turno. Y esa estrategia, en la prensa y tv. europeas la llaman turismo sexual.

 

Naturalmente, del paseo dominical falta toda una generación de muchachos que, ante la presencia del ejército (hoy mucho mas numerosa que el domingo anterior) deben andar escondidos.

 

He estado un buen rato en la parada del bus para ver si se producía alguna detención, pero la gente no es tonta y no asoma.

 

Los campesinos llegados de las aldeas de la montaña, con menos picardía serán presa fácil.

 

El país se está desarrollando, de modo que cada vez son mayores los camiones para transportar productos. Sin embargo, el tamaño de los transportes se ha adelantado al de las carreteras. Esto hace que camiones grandísimos generalmente norteamericanos tienen que pasar por poblaciones muy estrechas.

Cuando esto ocurre, como no se contempla en los presupuestos municipales, algunas personas del pueblo se encargan de ordenar los atascos con carteles de pare y pase.

Cuando han resuelto el problema pasan la gorra y todo el mundo les da unas monedas.

 

En las estrechas carreteras de la montaña muchas veces tienen que parar en las curvas y maniobrar hasta poder pasar cada uno a su destino.

 

No es difícil pasar un par de semanas en Antioquia y que se te quede en el corazón para siempre: un regalo para los sentidos.

 

 

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