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Cruceros y fronteras 11.08

Cruceros y fronteras  11.08

 

 

El trayecto entre Iquitos y las fronteras de Brasil y Colombia es forzosamente fluvial con dos versiones: una lancha rápida que tarda unas doce horas, utilizada generalmente por turistas y hombres de negocios y unos barcos de mercancías que tardan dos noches y casi dos días para el pueblo soberano.

El barco tiene dos especies de salones donde se cuelgan más de 150 hamacas y media docena de camarotes.

Como es natural, las agencias de viajes no informan sobre este transporte y la oficina de turismo te sugiere que vayas al puerto pesquero y que hables directamente con el buque. También te advierten que a dicho puerto vayas por el día y a ser posible acompañado porque hay un ambiente especial.

Y así lo hacemos, pero el primer barco que vemos nos tira de espaldas de mugre y decidimos salir otro día.

Nos advierte el capitán que, aunque la salida es a las ocho de la tarde y tenemos camarote, vayamos tres horas antes para llegar con sol.

La parte mas baja va cargada de mercancías (cargadas a espalda, naturalmente por la tripulación) y van descargando en cada una de las infinitas aldeas que se han ido instalando a las orillas del Amazonas, y dejando o cogiendo pasajeros.

La administradora de nuestro hotel nos dio algunos consejos  antes de contratar este crucero: aunque en el pasaje va incluida la comida, nos recomienda comer a la carta ‘porque aquello no se lo comen ni los peruanos’,  comprar un candado para sustituir al que tiene el camarote (por si acaso), controlar en todo momento las pertenencias y cosas por el estilo.

Naturalmente que no nos pasó nada y disfrutamos de un viaje fantástico sin ningún incidente y haciendo tantos amigos para siempre  como cervezas estés dispuesto a invitar, eso sí, armándose de valor cada vez que había que usar los servicios o la ducha que estaba colocada sobre el inodoro (costumbres arraigadas de clases medias europeas difíciles de entender por los peruanos de las hamacas)

La llegada a las tres fronteras (santa Rosa en Perú, Tabatinga en Brasil y Leticia en Colombia), separadas por el amazonas la primera y por una calle las otras dos, si que nos deparaba algunas sorpresas.

Paradójicamente, la parte colombiana es la más segura (contrariamente a lo que cualquiera pudiera esperar), pero las otras dos, ruta de cocaína y armas, parece que están muy calentitas.

Santa Rosa son cinco o seis casas, de las cuales dos son de policía y las otras hospedajes. Se va la luz todos los días a las seis de la tarde y nadie conocido nos aconseja  hacer noche en ese lugar.

Hay asesinatos frecuentes (la semana pasada un policía).

En Tabatinga, el taxista nos dice que hay 70000 habitantes y doce policías, y que el lunes pasado mataron a tres, y el martes las familias recibieron una nota pidiendo disculpas porque ‘se habían equivocado’.

Nos instalamos en Leticia que es muy tranquila, aunque cuando escribieron la guía que llevamos decía lo contrario.

Como el objetivo de llegar hasta Manaos parece que no va a cumplirse (son cinco días y cuatro noches de crucero), nos volvemos para Iquitos.

Hemos contratado una barca  para ir a Santa Rosa a las tres de la mañana y salir de estas pesadillas, así que aquí queda el testimonio por si alguien tiene que venir a buscar a alguien.

 

 

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